Rober Quirós, jesuita y educador, se ha incorporado a Jesuïtes Sarrià - Sant Ignasi

Alicantino (Petrer, 1983) y jesuita desde 2009, Roberto Quirós se ha incorporado este curso al colegio Jesuïtes Sarrià - Sant Ignasi de Barcelona. Maestro en Educación Especial, en Audición y Lenguaje y graduado en Humanidades, ha desarrollado siempre su labor en el ámbito educativo y social, con una profunda sensibilidad hacia las personas más vulnerables.

Háblanos de tu vocación. ¿Cómo decidiste entrar en la Compañía de Jesús?

Mi vocación nació en casa y en la parroquia. Mi madre ha sido un gran referente en mi vida cristiana, la transmisora de la fe y de un Dios cercano. En la parroquia de la Santa Cruz de Petrer, mi pueblo, entre gente sencilla y de profunda fe, fui sintiendo la llamada a seguir a Jesús más de cerca. Con 26 años, tras haber formado parte de un grupo de jóvenes cristianos vinculados a los jesuitas, decidí dar el paso de entrar en la Compañía de Jesús en 2009.

Tu primer contacto con la Compañía de Jesús llega a través de las Hijas de San José, congregación fundada por el jesuita catalán P. Butiñá. A partir de ahí conociste a los jesuitas y en particular, la figura del Padre Arrupe. ¿Qué te resonó de su biografía?

Pues como dices, fueron las Hijas de San José quienes me hablaron por primera vez de los jesuitas, y de su mano conocí quién era Pedro Arrupe. Quedé fascinado al leer su vida. Me dije que, si mi vocación tenía que ser algo, debía parecerse a lo que había descubierto en aquel libro: un seguimiento de Jesús disponible y servicial, atento al sufrimiento del mundo.

Cada momento del camino ha aportado algo distinto y me ha ofrecido herramientas para vivir con mayor plenitud mi vocación como jesuita.

Antes de entrar en la Compañía de Jesús estudiaste Magisterio en Educación Especial y trabajaste con niños con autismo. ¿Qué te aporto esa experiencia?

Trabajar con niños con TEA me enseñó a escuchar, a mirar más adentro y a acompañar procesos complejos y difíciles de expresar. Después, como educador jesuita, he descubierto la belleza de enseñar, de despertar preguntas, de ayudar a los jóvenes a encontrar sentido. Esa paciencia y esa escucha —como las de un hermano mayor— siguen marcando hoy mi manera de acompañar.

¿Qué destacarías de la larga etapa de formación para ser jesuita?

Nunca la viví como una etapa larga. Cada momento del camino ha aportado algo distinto y me ha ofrecido herramientas para vivir con mayor plenitud mi vocación como jesuita. El noviciado, en Donostia, fue un tiempo de profundización y madurez en mi relación con Dios. Después estudié Filosofía y Humanidades en Salamanca. En mi siguiente destino, en Oviedo, tuve la oportunidad de conocer y experimentar de primera mano lo que significa la misión educativa en la Compañía de Jesús. Posteriormente, en Madrid, cursé Teología y colaboré en el colegio Padre Piquer, acompañando a menores migrantes en su aprendizaje del castellano. A través de ellos me encontré con un Dios que camina junto a quienes buscan abrirse paso lejos de su tierra. También lo experimenté en Boston, donde realicé estudios de Historia de la Iglesia. Fueron dos años intensos, durante los cuales acompañé, como sacerdote, a comunidades de migrantes en Boston y Los Ángeles. Allí descubrí la presencia de Dios en las personas más vulnerables. Al regresar a España, estuve cuatro años en el colegio Nuestra Señora del Recuerdo, en Madrid. Fueron unos años maravillosos, en los que aprendí a ser sacerdote entre alumnos y profesores, entre aulas y patios.

La Tercera Probación, la última etapa formativa en la Compañía de Jesús, te llevó a Manila, con una inmersión en las realidades de Filipinas y Camboya. ¿Qué impacto tuvo?

Esta experiencia me llevó de nuevo a las raíces de mi vocación, compartiendo vida y misión con compañeros jesuitas de todo el mundo. Allí me reencontré con el Dios que sigue llamándome y sosteniéndome. También tuve la oportunidad de conocer diversos proyectos educativos en países del sudeste asiático, y pasé tres meses en Camboya junto al obispo jesuita Kike Figaredo. Acompañé a personas con discapacidad física, consecuencia de las minas antipersona que aún marcan la vida del país. Fue una experiencia de fe encarnada, en la que comprendí que el Evangelio se hace más real en los lugares más frágiles.

¿Cómo se integran y se retroalimentan tu vocación como jesuita y sacerdote, y la misión educativa?

Mi vida pastoral ha estado siempre vinculada a lo educativo y lo social. Vivo el sacerdocio con alegría cuando puedo ponerlo al servicio de los alumnos: la eucaristia, especialmente en los retiros, y la reconciliación son para mí espacios de encuentro y crecimiento. Ademas, los sacerdotes jesuitas que trabajamos en educación estamos llamados a comprometernos con el crecimiento integral de nuestros alumnos, acompañando tanto su formación intelectual como su desarrollo humano y espiritual.

La educación no puede limitarse a transmitir saberes; debe también abrir caminos hacia la interioridad, hacia la pregunta por el sentido y hacia el encuentro con el otro y con Dios.

Ahora en Barcelona, ¿cuáles son las principales actividades que se te han encomendado?

Mi principal actividad es ser sacerdote y profesor en el Colegio Sant Ignasi de Sarriá, una obra educativa con una gran historia en la ciudad de Barcelona. Allí doy clases de religión e intento estar disponible para lo que alumnos y profesores requieran de mí. Además colaboro en el Casal Loiola acompañando a jóvenes en su proceso de catequesis de confirmación y de voluntariado.

En lo personal, ¿cómo afrontas el cambio que supone empezar una nueva misión en una ciudad y una comunidad que son nuevas para ti?

Decir que los cambios de destino son fáciles sería mentir; diría que son de las cosas más difíciles de nuestra vida. Siendo sincero, todavía siento añoranza por la gente maravillosa que dejé en Asia y en Madrid, pero afronto este tiempo con ilusión y alegría, confiando en que el Señor se hará presente en esta nueva etapa de mi vida, como lo ha hecho en tantas ocasiones desde que soy jesuita. Además, Dios ya me ha regalado aquí en Barcelona momentos muy hermosos de encuentro con personas magníficas.

Rober compartió su experiencia vital con los estudiantes de Bachillerato de Jesuïtes Sarrià - Sant Ignasi, ofreciendo un testimonio profundo y enriquecedor. Su trayectoria refleja una vocación marcada por una mirada esperanzadora y un deseo constante de ayudar a descubrir la presencia de Dios en la vida cotidiana

¿Cuáles han sido tus primeras impresiones de la comunidad educativa del colegio Sant Ignasi y cómo ha sido tu aterrizaje?

La verdad es que mis primeras impresiones han sido muy buenas. Los compañeros del colegio me han recibido con gran acogida y, desde el primer momento, me han mostrado cercanía y disposición para ayudarme. Es cierto que el colegio es muy grande, con muchos profesores y trabajadores, pero confío en que poco a poco iré teniendo la oportunidad de conocerlos a todos. Además, me encanta estar rodeado de personas con una vocación tan clara por la educación.

¿Cómo encaras esta etapa en la escuela? Este nuevo destino personal se enmarca en un contexto más amplio, el de los retos que afronta hoy el mundo educativo. ¿Cómo lo ves?

Encaro esta etapa en la escuela con una mirada esperanzada y consciente de los grandes retos que atraviesa el mundo educativo. Vivimos un tiempo de cambios profundos, donde la tecnología, la globalización y la crisis de sentido ponen a prueba la manera en que entendemos la formación de nuestros jóvenes. En este contexto, siento que la espiritualidad adquiere un valor fundamental. La educación no puede limitarse a transmitir saberes; debe también abrir caminos hacia la interioridad, hacia la pregunta por el sentido y hacia el encuentro con el otro y con Dios. Desde esa perspectiva, esta nueva etapa en la escuela es para mí una oportunidad de acompañar procesos, de ayudar a que cada persona descubra su propio centro, su vocación más honda y el lugar que Dios quiere para ellos en el mundo.