El pasado viernes 21 de marzo, unas cuarenta personas se reunieron un año más junto a la Virgen de Montserrat, la misma que recibió —hace más de quinientos años— a aquel peregrino que, desde Loyola y aún medio cojo, llegaba dispuesto a pasar la noche en oración, transitando por la amplia nave de la iglesia, a ratos de pie, a ratos de rodillas.
Desde 1988, se repite ininterrumpidamente la tradición de hacer una vigilia de oración en Montserrat, seguida al día siguiente por el descenso a pie hasta Manresa, tal como lo hizo Ignacio de Loyola en el año 1522. Más allá de la tradición, esta experiencia augura una manera de disponerse a dejar las armaduras con las que nos defendemos. Así, se invitó a los participantes a realizar un sencillo y significativo gesto simbólico, depositando sobre el altar el dibujo del as de espadas de una baraja de cartas.
El P. Joan M. Mayol, en representación de la comunidad benedictina que custodia el Santuario, recordó que los monjes tienen el acierto de iniciar el día la víspera anterior con el rezo de completas, momento a partir del cual se entra en oración incorporando el descanso nocturno. Así debió de comenzar Ignacio aquella fiesta de la Anunciación del Señor, anuncio de vida encarnada, aquella noche del 24 de marzo, con la llamada "vigilia de armas".
A las 10 de la noche, en el atrio de la Basílica, comenzó la vigilia de oración, conducida por el jesuita David Guindulain y estructurada en tres momentos para vivir esta experiencia personal. Una primera hora en la que, acompañados de lecturas, silencios y música, los asistentes dejaron que el eco de la palabra resonara en estos nuevos peregrinos. Una segunda hora, imaginando a Ignacio caminando por la nave, cada uno en la forma de oración que más le ayudara, en la que también se ofrecía la posibilidad de recibir el sacramento de la reconciliación, tal como Ignacio lo recibió del P. Chanon tras una larga confesión. Y un tercer momento eucarístico, celebrado por el P. Llorenç Puig, con la invitación a encarnar lo que el Espíritu suscite en cada uno, incorporando el gesto de dejar la espada del juego de cartas.
A pesar de la lluvia del día anterior y de la hora tardía en que se fueron a dormir, al día siguiente el grupo emprendió el camino hacia Manresa. Una ruta en la que hubo que sortear más de un arroyo mientras se iban recorriendo, uno a uno, cinco verbos que ayudaban a afinar la conciencia: Agradecer lo vivido, (pedir) Ayuda para este momento de revisión, Analizar la jornada pasada con aciertos y errores, Asumir los agravios y la participación en el mal, y Evaluar todo ello. Así, venciendo el temor al mal tiempo, los peregrinos pudieron disfrutar de un clima muy favorable para recorrer los 22 kilómetros de distancia. Una ocasión para renovar la fidelidad a la Moreneta, a los compañeros de camino y a los ecos del Espíritu.