En el estado de Alto Nilo, en Sudán del Sur, es más probable que un estudiante se encuentre a soldados ocupando su escuela que a maestros preparando sus clases. El sesenta y tres por ciento de las escuelas están ocupadas por fuerzas armadas. Y más extraño que una escuela en funcionamiento son los mismos maestros.
"En esencia, el gobierno aquí no existe... está dedicando la mayoría de los recursos a la guerra porque su prioridad es la defensa, el ejército, y eso ha dejado los servicios educativos, sociales y de salud bajo mínimos", explica el jesuita Pau Vidal, director del proyecto del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) en Maban.
Desde la reanudación del conflicto en diciembre de 2013, el gobierno de Sudán del Sur ha dejado de financiar prácticamente toda la educación dejando a los profesores sin sus sueldos básicos necesarios para sobrevivir, especialmente en áreas remotas como Alto Nilo. En cualquier caso, el deseo de aprender tanto entre la comunidad refugiada como entre la local en el condado de Maban, Alto Nilo, es fuerte. Si bien algunos profesores dejaron la profesión para asumir nuevos empleos con un salario adecuado, otros siguen enseñando como voluntarios.
"Nuestro mayor desafío es el número de niños. A veces un maestro puede llegar a tener hasta 200 alumnos en una clase, lo que hace difícil que puedan seguir la lección. Muchos no pueden seguir el ritmo y andan perdidos en el aula", dice Mustafá, un profesor refugiado. Maestros como Mustafá trabajan para asegurar que una generación de jóvenes de Sudán y Sudán del Sur no se quede sin educación.
"La educación es vital, en estos tiempos en que tantos viven en medio de la violencia... De vuelta a casa, hay niños de 13, 14, 15 años empuñando armas. Nunca han tenido educación y por eso se hicieron soldados. Así que en este campamento (de refugiados) queremos educar a los niños para que tengan una vida diferente. Sabemos que traerán la paz a nuestro país", dice Sali, un refugiado de Nilo Azul, Sudán, y maestro en uno de los cuatro campos de refugiados del condado de Maban.
Después de vivir años de conflicto y desplazamiento, la mayoría de los maestros, tanto de la comunidad refugiada como de acogida, no han tenido la oportunidad de terminar la escuela secundaria, y a veces ni siquiera la primaria. En un esfuerzo por apoyar a estos maestros, el Servicio Jesuita a Refugiados comenzó un programa de formación de maestros en 2014. Hay más de 100 docentes de primaria tanto de la comunidad local mabanesa como de la refugiada en este programa, que ofrece cursos de inglés y de metodología de la enseñanza, así como ciencias, matemáticas y estudios sociales.
"No puedo imaginar una intervención del JRS en Maban sin la formación del profesorado. Estamos en un país donde más del 65, casi el 70, por ciento de la población es analfabeta... Los maestros están solos, sin el apoyo del gobierno... Tenemos que ayudarles para que estén preparados. Esta es la esperanza de la educación en Maban", dice Àlvar Sànchez, jesuita y coordinador de educación del JRS en Maban.
Los maestros son clave para hacer que las niñas asistan y permanezcan en la escuela. Las mujeres educadas, especialmente las maestras, son consideradas por los miembros de la comunidad como modelos a seguir. En una zona donde hay más probabilidades que una chica muera durante el parto y no que termine la escuela primaria, dichos modelos pueden ser un salvavidas y las maestras y los maestros son de las pocas personas que defienden a las jóvenes que desean terminar sus estudios.
"Muy a menudo, los donantes e incluso las agencias humanitarias dirían que lo primero (en el caso de una emergencia) es proporcionar alimentos, vivienda, salud - lo cual es cierto -; sin embargo, la vida no solo es alimentar un cuerpo y darle un techo, sino que también es dar sentido a las cosas, aprender y prepararse para un futuro que podría no ser muy inmediato pero que, tiempo al tiempo, llegará", asegura Pau Vidal.
Fuente: Web del JRS