Este jueves 3 de abril el Papa Francisco ha firmado el decreto de canonización del jesuita José de Anchieta y el próximo 24 de abril presidirá una eucaristía de acción de gracias por el nuevo santo en la iglesia de San Ignacio, en Roma. Nacido en 1534 en la isla de Tenerife y formado en la universidad de Coimbra ( Portugal ), José de Anchieta llegó a Brasil con apenas 19 años, donde se convirtió en defensor de los derechos de los pueblos indígenas, de su lengua y cultura, viviendo no pocas aventuras y dificultades : arriesgadas expediciones en la selva, cautiverio entre los indios tamoios, el martirio de compañeros, la denuncia del tráfico de esclavos ...
El también jesuita Bartomeu Melià, uno de los más reconocidos expertos en lengua y cultura guaraní valora la figura de Anchieta desde Paraguay : " es su capacidad notable de resolver las distancias, que no eliminarlas, lo que le ayuda llevar a cabo su misión ", afirma Melià, " porque Anchieta se hace oyente, observador y aprendiz de otras maneras de vivir: quiere y sabe escuchar y aceptar otras voces ".
No sorprende, pues, que ya desde el momento de su llegada a Brasil, José de Anchieta centre buena parte de sus esfuerzos a aprender la lengua tupí y a elaborar la primera gramática de esta lengua. "El verdadero lingüista " - confiesa Melià - "es humilde y no teme el ridículo que suscitan sus defectos de pronunciación y sus frases equivocadas". Anchieta dominó cuatro lenguas: castellano, portugués, latín y tupí. En todas ellas escribió obras de diversos géneros, convirtiéndose en uno de los grandes representantes de la literatura brasileña. En la actual ciudad de Sao Paulo, de la que se considera uno de los fundadores, puso en marcha un centro misionero que fue punto de atención, asentamiento y formación para las comunidades indígenas.
Sin embargo, no se ahorró el choque que le producían algunos aspectos de aquella sociedad, sobre todo, la desnudez de hombres y mujeres tupinambá, tamoyos y temiminós, y la antropofagia, de la que fue testigo durante su cautiverio entre los tamoyos y de la que habla como posible víctima. Si llegó a verse en este peligro fue por el convencimiento de que valía la pena arriesgar la vida para emprender una misión de paz y detener el conflicto que enfrentaba esta tribu con los portugueses. Para Melià, hay una parte de aventura que subsiste aún en las misiones actuales: " el misionero no puede ser un hombre acomodado”.
Nos separan de Anchieta más de 400 años. Él denunció la explotación y la esclavitud que sufrían los pueblos indígenas en ese momento histórico. En la actualidad, explica Bartolomé Meliá desde Paraguay, "los pueblos indígenas están acosados por un sistema económico de privatización que no acepta ni entiende la cooperación comunitaria, la reciprocidad ni la distribución equitativa de los bienes. Las respuestas y formas de actuar de personas como José de Anchieta son una referencia”.