El jesuita catalán Joan Morera se encuentra, desde hace algunos meses, en Tanzania, trabajando, sobretodo, en la educación de niños y jóvenes. Desde allí nos hace llegar esta carta donde nos cuenta algunas de sus últimas experiencias e impresiones.
"Durante muchas semanas he contemplado belleza y sufrimiento, he brillado pero también he chocado con mis miserias, como en todas partes. Tengo que aprender todavía de la sabiduría de los majestuosos baobabs, mis árboles favoritos en este continente: con sus troncos espectaculares proyectan hacia arriba unos ramajes minúsculos, como raíces plantadas a la intemperie, apuntando arriba hacia Dios para convertirse por dentro gigantes. También aquí uno tiene la sensación de ser sacudido por la vida, de masticar día a día situaciones que no te dejan indiferente, que te cuestionan y te colocan con las raíces al aire, desarmado, buscando por dentro qué te hace andar hacia arriba, hacia adelante.
Recorría las calles del mercado en coche, un bullicio de gente, bicicletas, polvo, animales, bocinas... Por la ventana contemplaba hombres y mujeres sudando atareadas con gran esfuerzo, cargando pesados sacos a cuestas, motocicletas tan llenas de mercancía que era imposible encontrar el conductor o el color del vehículo, grupos de jóvenes intentando reparar chatarra, o vendiendo fruta meticulosamente clasificada dentro de viejas cubos de pintura... Todos me miraban. Un «blanco» en un coche. Y yo sentía que aquella mirada me intercambiaba. Yo habría podido nacer en aquel rincón de chabola a lo largo de la vía pública, y malvivir recogiendo carbón y vendiéndolo, o criando gallinas con la esperanza de que algún conductor se enamorase de ellas. Hubiera podido crecer descalzo en aquellos caminos de suciedad, sin demasiada cultura, jugando con balones hechos de trapos, estudiando pocos años lo más básico, una escuela bien sencilla para luego ayudar a los padres a llevar algún dinero en casa. Pero yo estaba en el otro lado de la ventana. Y contemplaba en silencio sus sagradas miradas.
En esta circular quiero compartir una Pascua silenciosa. El bien no hace ruido. Así fue la experiencia en Bagamoyo, una población costera tradicionalmente famosa por haber sido un puerto de tráfico de esclavos a finales del siglo XIX. Una comunidad de 3 religiosas pasionistas ha acogido un buen grupo de niños huérfanos en un precioso proyecto: niños y niñas sin lazos familiares ni posibilidades de futuro, que han integrado en una gran familia (casi una treintena de todas las edades!), vertiendo sobre ellos ternura, alegría, formación académica, protección, servicio mutuo, fe... La visita me impresionó de inmediato, porque no me sentía dentro de un centro de huérfanos, sino acogido en una familia grande, donde en lugar de 'llamarme «mzungu!» (europeo!) me decían «kaka!» (hermano!). La acogida llegó a su máxima profundidad cuando, según la tradición tanzana, el visitante se agacha ante la más pequeña del grupo, la cual bendice al recién llegado colocando la mano sobre su cabeza.
Fue muy entrañable poder compartir la jornada visitando también los diferentes lugares donde los primeros misioneros entraron en el país, un completo museo sobre la esclavitud, o un paseo por el agua del Índico... bajo la guía de la religiosa española Isabel, que encarnaba realmente el espíritu de las bienaventuranzas. En nuestra escuela de Mabibo hemos acogido ahora mismo a 3 de sus niños, es una alegría poder continuar en estos jóvenes la inestimable labor que día a día ellas siembran. Al finalizar la visita, su generosidad irradió de nuevo, regalándome el tradicional vestido de Masaai y una bolsa llena de alimentos. El bien no deja nunca indiferente. Una familia tan numerosa, luchando para salir adelante, y capaz de ofrecer tanto. Pascua de los invisibles, pero Pascua bien real."