Ramiro Pàmpols, jesuita de la comunidad de Bellvitge, colabora desde hace años como voluntario en el proyecto Portes Obertes de la Fundación La Vinya, entidad del sector social.
Este proyecto consiste en un grupo de personas voluntarias que visitan a vecinos y vecinas de los barrios de Bellvitge y Gornal que se encuentran en centros penitenciarios.
“Cada martes a las 9 de la mañana y hasta las 2 del mediodía, junto a otro voluntario, abogado jubilado y antiguo alumno del colegio de Casp, acudimos a visitar personas internadas en dos prisiones”, nos cuenta Ramiro.
A 50 km de Barcelona, en la localidad de Sant Esteve Sesrovires, se ubican dos construcciones penitenciarias en medio del campo: una, especialmente para mujeres, con más de un centenar de internas y otra para hombres, con 14 módulos con un centenar de internos cada uno, unos 1400 en total, aproximadamente.
"Contrastes que nos hacen pensar"
“Visitamos las dos prisiones, siempre priorizando a aquellas personas que tienen familiares en nuestro barrio y que nos lo piden explícitamente. A veces, se añaden otras que también atendemos”.
El proyecto se puso en marcha en 1996. En el caso de Ramiro, hace tres años que visita estos centros. “Poco a poco me he dado cuenta de lo que supone esta realidad humana, tan escondida, en más de un sentido, entre montañas y llanuras. La entrada misma sorprende: una primera edificación de tres plantas (el conjunto de oficinas con multitud de funcionarios, especialmente mujeres) esconde el segundo edificio de dos plantas, en una hondonada, donde está la cárcel propiamente dicha: patio interior, sala común y comedor en la planta baja. Celdas y aulas en la primera. Los talleres, almacenes, polideportivo y biblioteca están al otro lado, junto a la enfermería y el DERT (donde están los presos sancionados durante unos días o semanas), al final de un largo espacio al aire libre. El DERT es otra prisión en la cárcel. Cuando paso la primera doble reja, con su fuerte chirriar característico, me doy cuenta de que entro en otro mundo. Allí encontramos contrastes que hacen pensar: junto a un personal, la mayoría del cual nos resulta muy cercano a la hora de hacerles alguna demanda (asistentes sociales, juristas, educadores/as, funcionarios, etc.), contemplamos grupos de hombres y mujeres sentenciados a un considerable tiempo de cárcel: 5, 7, 11, 12 años... y otros con condenas mucho más cortas, por robos o deudas –a veces no importantes- que deben devolver monetariamente, mes tras mes. Mientras no lo hacen, quedan privados de libertad”.
"El contacto que se establece facilita que se mantengan vínculos y relaciones con el barrio"
Los voluntarios y voluntarias de Portes Obertes escuchan los internos: sus miedos, angustias, enfermedades, sufrimientos, problemáticas familiares, su vulnerabilidad, sus planes de futuro... A veces también los apoyan para hacer alguna gestión con la familia o con la administración penitenciaria. El contacto que se establece facilita que se mantengan vínculos y relaciones con el barrio que les pueden ser útiles después para su proceso de inserción social, laboral, familiar y sanitaria.
“¿Cuál es nuestro papel? Muy sencillo: sobre todo escuchar. Hacer una terapia personal y hacer de intermediarios con el personal que les atiende cotidianamente. Formamos unos y otros una especie de red que facilita pequeños servicios pero que para los internos son importantes: llamar a la madre -sobre todo a la madre-, a la esposa, a los hijos, al hermano...”
Vencer miedos y prejuicios
Para los voluntarios supone descubrir una realidad nueva, venciendo miedos y prejuicios sobre el mundo de la prisión, descubriendo una realidad nueva.
“Nos encontramos con una especie de casi ciudad, con sus horarios establecidos: levantarse y pasar revista, después las ocupaciones de siempre, o bien el juego de parchís, ver la TV colgada del techo o los talleres, las comidas tres veces al día y nueva revista al acostarse. Rompen esta rutina las visitas de los familiares los sábados y domingos”.
Para Ramiro Pàmpols, el descubrimiento de esta realidad obliga a reflexionar sobre el papel de las penas de prisión en nuestra sociedad. “Cuando salimos para volver a la vida normal, nos preguntamos ¿no sería mejor destinar ese dinero y ese número de personal profesionalizado, a otra forma de redención de la persona, a pesar de las dificultades que puede suponer no privarlos de lo humano como es la libertad personal? O ¿estamos más atentos a sancionar y castigar que a recuperar para la sociedad? Me refiero especialmente al buen número entre ellos que sufren disfunciones intelectuales, a pesar de la discreta atención que se les presta en un ambiente cerrado y enrarecido”.
“Mientras”, asegura Ramiro con esperanza, “pensamos que Portes Obertes hace un buen servicio humanitario que damos a conocer en nuestras parroquias de Bellvitge siempre que tenemos la oportunidad. Un servicio en el que estamos comprometidos como jesuitas, como muestra también que nuestro compañero Xavier Rodríguez haya sido designado por el Obispado de Barcelona al servicio de las prisiones de nuestra diócesis”.