Ramiro Pàmpols, jesuita catalán que ha trabajado gran parte de su vida como sacerdote obrero, ha estado, estos últimos años, trabajando en proyectos educativos y de desarrollo en América Latina. Actualmente se encuentra en El Salvador, acompañando a comunidades campesinas. Desde allí nos cuenta su experiencia, que compartimos.
"Estoy a punto de dejar mis nueve meses de trabajo pastoral en un pequeño pueblo de El Salvador, Arcatao, que sufrió una de las mayores represiones del ejército durante la guerra civil.
Será la etapa final de mi presencia en El Caribe y América Central que he realizado desde que me jubilé, en el año 2000, de mi trabajo como sacerdote obrero en Barcelona.
Mi intención fue siempre dedicar unos años al Tercer Mundo una vez acabara mi compromiso en el Primero… Así ha sido y así me lo ha permitido la Compañía. Estuve primero cuatro años en Haití, trabajando en Fe y Alegría, hasta a mediados del año 2010, después del terremoto de enero de ese año.
Pasé después tres años en Honduras, primero en Tocoa en nuestra parroquia en el Bajo Aguán, con los conflictos de aquella zona entre los campesinos en busca de nuevas tierras y los terratenientes que se las habían arrebatado. Pude conocer pequeñas aldeas como Ilanga, Rigores y otras comunidades ubicadas entre las montañas vecinas.
Los dos años siguientes trabajé pastoralmente en Fe y Alegría de El Progreso, acudiendo a las pequeñas comunidades rurales del entorno los sábados por la tarde a celebrar la Eucaristía: Canadá, Corocol, Suazo y varias más.
Finalmente este último año lo he dedicado a El Salvador, acompañando a un jesuita que tiene a su cargo el pueblo de Arcatao, muy castigado por la guerra civil de los años 80 a 90. Las gentes guardan sobretodo dos recuerdos que para ellos son imborrables: los innumerables asesinatos del ejército del Gobierno de Arena, con masacres de hasta 600 personas entre adultos y niños junto al río Sumpul, y la memoria de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, presente en todas las conciencias desde que lo asesinaron mientras celebraba la Eucaristía en El Hospitalito de la capital.
Me ha parecido razonable despedirme con tristeza de esta última presencia pastoral, a mis 81 años. Las buenas gentes me piden quedarme con ellas un tiempo más. Creo que ha podido más la soledad del lugar y la dureza de su orografía, siempre subiendo y bajando calles y caminos.
Mi etapa de cura obrero me permite guardar fuertes experiencias laborales, pero esta última me ha acercado a personas de una gran profundidad espiritual, una alegría intacta a pesar de tanto sufrimiento acumulado, una generosidad grande dentro de su pobreza y sobretodo una capacidad de acogida que estremece a aquellos que vamos allá con un estilo de vida que tiende a resbalar en lo que nos sucede en el día a día.
Reconozco la presencia del Señor en todos estos años y a la vez me llevo la presencia en mi memoria de tantos rostros campesinos, sobretodo de mujeres, que han sabido expresar su fe con toda franqueza y perdonar a quienes les arrebataron a sus maridos y a sus hijos, en ocasiones tres o cuatro de ellos, y que reciben con serenidad que una persona llegada de otro país, les pida reconciliarse con aquellos que les quitaron lo mejor de sus familias."