El jesuita Pere Borràs es, desde hace unos meses, delegado de la Plataforma Apostólica Local (PAL) Besòs. Es la plataforma que integra las comunidades e instituciones vinculadas a la Compañía de Jesús en una zona que abarca el barrio del Clot de Barcelona, y las ciudades de Badalona y Girona. Una de las entidades que forma parte de esta PAL, la Fundació La Salut Alta de Badalona, ha querido acercarse a su testimonio y trayectoria, y lo hace a través de esta entrevista que reproducimos aquí.
Pere, ¿qué te llevó a hacerte jesuita? Mis padres no querían. Yo era monitor, catequista, hacía colonias… y sentía una gran satisfacción, mucha alegría de hacer este tipo de trabajo. Me dije “ostras, eso me gustaría vivirlo toda la vida”. Este fue el motorcito. Conocía algún jesuita… y eso me impulsó. Era el año 65.
¿Y los padres no querían? No, se opusieron. Yo no quería romper la relación con la familia, que era muy buena, así que pensé en dejarlo correr. Al final mis padres me dijeron “Mira, no te queremos hacer la vida imposible. Si quieres esto, pruébalo. Y si no te funciona, no pasa nada. ”
…y lo probaste. Visto con perspectiva, creo que pensaban que esto sería una separación muy bestia, que no me verían nunca más… Y resulta que quien más se pudo dedicar a mis padres cuando ya eran grandes fui yo, porque estaba más libre. Pero aquel primer momento fue durillo.
¿Cuál ha sido tu trayectoria vital? Yo entré en el noviciado en Raimat. Estuve en Aranjuez haciendo humanidades, en lo que fue el final de un sistema, de un plan de estudios. Era mayo del 68. Cuando vine a Barcelona fue un momento de cambio muy fuerte: pasamos de vivir en Sant Cugat, en una casa grande y cerrada con mucha gente, a vivir en barrios y comunidades pequeñas. Vivimos en Collblanc, Torreón, en la calle Granero y Juventud (eran los años 70). Éramos estudiantes de teología, colaborábamos en la parroquia del barrio, hacíamos vida comunitaria… era la época del franquismo y vivimos muchas aventuras. Entonces fui a hacer la licencia en París y después tuve que hacer de cura castrense 15 meses. Entonces me destinaron a Hostafrancs.
¿Con cuánta gente has vivido? Bufff… sin contar las casas más grandes, tal vez con 70 u 80 personas… La convivencia es más fácil de lo que parece, la gente es muy buena. Una señora que nos hacía la comida en el Hospitalet nos decía “no entiendo cómo vosotros, que sois tan diversos, os lleváis tan bien”.
Seguimos con la trayectoria. De los 35 a los 45 años (la mejor etapa) estuve a tope en una escuela en Hostafrancs, y con pastoral de jóvenes. Me encargaba de formación de jesuitas, personas que querían ser jesuitas hablaban conmigo… trabajaba con tareas de coordinación y cosas de éstas. Al cabo de diez años de mucha brega y mucho follón allí, estuve seis años en el Casal Loiola. En un momento dado me hicieron maestro de novicios: los que quieren entrar en la Compañía y hacen un año de “noviazgo”. Venían de País Vasco, Navarra y Países Catalanes en el noviciado de Zaragoza. Entonces me hicieron provincial.
¿”Te hicieron”? Esto no se elige. Se hace un sondeo en toda la provincia, viene un delegado del General de Roma, se hace una terna y el General escoge alguien según los informes que tiene. Como provincial disfruté: tocas todas las teclas posibles de todo.
¿Qué tecla te gustó más? Hablar con las personas, animarlas… Y la diversidad: vas a una reunión en ESADE y después a una reunión en el Raval; viajes mucho: estuve en Bolivia, en Pekín, en Liberia, en Bombay, por Europa…
¿Y lo más duro? Tomar decisiones. Y el acompañamiento de personas que no están bien.
Y seguimos… Tras provincial fui destinado a Bellvitge. Siendo provincial ya vivía allí: así tocaba otra realidad. Pero al cabo de dos años me volvieron a Llúria como superior de la casa. En esta época colaboré siempre con Jesuïtes Educació, el Horitzó 2020… Y el curso pasado ya vine aquí en el Clot.
¡Ahora sólo te falta Badalona! Hombre, hombre…
¿Como te definen? Sencillo, cercano y profundo.
¿Y cómo no te definen? No soy práctico, ni organizador. No soy ejecutivo, no sé por dónde empezar. Por suerte, nadie me lo pide… y no hay que ponerse encima tareas que no te pide nadie, ¿verdad? Yo soy más bien visionario e intuitivo.
¿Esto se aprende o te viene dado? Me reconozco muchas cosas de mis padres, pero también he aprendido mucho. He tenido muchos maestros, y eso te va configurando. Yo creo que si no hubiera sido jesuita no habría ganado tanto de tantas personas con las que he vivido, trabajado, hablado… que me han ido transmitiendo sin querer.
¿Se comparte mucho en una comunidad? Hay de todo. Pero mira, hay un roce, un día a día que es lo más interesante… lo más importante es el día a día, como a las familias. Y por suerte, tenemos comunidades muy poco reguladas. Nos distribuimos cómo queremos y cómo podemos. Esto los jesuitas jóvenes no lo entienden demasiado… yo tampoco lo entendía. Cuando uno es joven busca más calor comunitaria. Yo de joven recuerdo compartir mucho, mucho: dormir en pisos cutres, con literas…
De los lugares que has vivido, ¿qué te ha robado el corazón? No lo sabría decir… me roban más el corazón a las personas que los lugares. Recuerdo mucha gente que ha sido maestra sin darse cuenta. Yo tengo un grupo de revisión de vida, nos reunimos cada trimestre y ponemos en común nuestra vida, tal cual. ¡Nos conocemos de toda la vida!
¿Nos puedes explicar qué es un acompañamiento espiritual? Es ayudar a las personas a que se vayan encontrando a sí mismas y a Dios en su vida. Se mezcla la psicología, la humanidad, la fe… y tú tienes que ayudar a la persona a integrarlo todo.
Y un jesuita también recibe acompañamiento… Claro, claro.
¿Algún descubrimiento como jesuita? Soy muy consciente del valor que tiene la vida religiosa y del valor que tiene el matrimonio. Son valores complementarios. Un descubrimiento fue, tratando con la gente, que las personas casadas tienen la misma soledad vital que yo. He sufrido muchas situaciones con las personas a las que he acompañado. También que el celibato no es un sacrificio, es una manera de vivir el amor; se debe practicar, no es un cierre. Nos permite tener una vida de entrega a los demás.
¿Hay algo que sabes que no vas a hacer y que te hubiera gustado? Haber sido un escritor de novelas! De novelas costumbristas. Me gusta la historia y soy muy observador.
¿Un libro que nos recomiendas? Ay, ay, ay… El dios de las sorpresas. Te lo digo porque lo tengo aquí ahora. También las obras completas de Maragall. Pero si me tienen que llevar algún día en una isla desierta, me llevaré la Biblia. O Enseñanzas de la edad, de José María Valverde. Sobre todo una poesía que se llama Preámbulos de la fe.
¿Y un lugar para visitar? ¡Borredà!
¿Y una persona para conocer? Te diría Jesús… San Ignacio, Francisco Javier… Mis padres, mis hermanos… Tú misma… Mucha gente, mucha gente.
En la Salut Alta no has vivido pero la has vivido muy próximamente. ¿Qué sueño tienes para la Salut Alta?
La Salut Alta es mucho mejor de lo que me imaginaba hace 10 años. ¡Es una maravilla! Sueño que todo esto tenga continuidad, que no dependa de las personas; que haya buena relación entre los jesuitas y los laicos. Que todo sume, que no vaya cada uno por su parte y que tengan una misma visión y espíritu. Esto sueño.
Entrevista publicada en la web de la Fundació La Salut Alta.