Desde Tanzania, Joan Morera, jesuita de 32 años, nos hace llegar este personal relato de algunas de las últimas experiencias que está viviendo en este pais africano. Vivencias llenas de "inocencia y verdad", como dice él mismo, y que ponen rostro y realidad al mensaje de esperanza del Adviento.
"Ante todo, quisiera agradecer profundamente a todos los que, a pesar de las dificultades que pasáis, nos estáis enviando alguna colaboración por pequeña que sea. Aquí resulta realmente significativa: de parte de muchos niños y niñas, ¡GRACIAS de corazón!
Os escribo después de alguna semana llena de actividades, ahora ya desde Dodoma, capital institucional de Tanzania, a unos 500 kilómetros de Dar es Salaam. El motivo de tal viaje es que las escuelas han terminado el curso académico y no abrirán de nuevo hasta enero. Como con mi swahili macarrónico no llego ni a la esquina, he pedido vivir un mes a una de las comunidades de jesuitas que tenemos en Dodoma, ubicada en una parroquia muy activa de las periferias de la ciudad.
Naturaleza y ser humano en estado armónico
El viaje hasta este lugar me transportó al corazón de la Tanzania más virgen: recorrimos durante un día entero, con jeep, por caminos y carretera, cruzando selva y desierto. Se insinuaban incontables poblados, subsistiendo a través de pequeña agricultura o de ganado, y a veces en condiciones extremas. Me impresionaban los majestuosos baobabs, que daban sombra a tantas encuentros de aldeanos, o tribus masai que guardaban el rebaño. Chimpancés, aves de todo tipo, vacas y cabras por todas partes... naturaleza y ser humano en estado armónico.
«¡Cristo, nuestra esperanza!»
En áreas más áridas incluso algunos tornados de polvo de varios metros de altura barrían la zona. Llegamos ayer mismo, y la parroquia era un bullicio de gente: 3 corales ensayando al mismo tiempo, unas cuantas decenas de monaguillos jugando al fútbol... los pequeños nos recibieron con un saludo típico cristiano, bien propio del Adviento: «¡Cristo, nuestra esperanza!». Y aquí estoy, hoy mismo he empezado manos a la obra con libros para combatir esta batalla de la lengua. No será nada fácil, pero la ocasión lo vale: ¡si vierais la sonrisa que desvelan unas palabras en swahili al rostro de la gente...! Creo que el solo hecho de ponernos a aprender la lengua del otro es expresar sin palabras un mensaje de amor, y eso ya es Evangelio.
Pero dejadme, antes de terminar, volver un par de semanas atrás para compartiros dos perlas de Mabibo. Una de ellas fue la invitación de una mujer de la parroquia a visitar el parvulario que mantenía en su casa: se trata de una de las periferias más miserables de Mabibo (¡ella me repetía que le avergonzaba llevarme!). Pero la dignidad de los habitantes no tiene nombre: en una choza de planchas metálicas su casita se había convertido en un hogar de pequeñas cabecitas que nos saludaban efusivamente. Eran los hijos e hijas de tantas familias a su alrededor que no podían hacerse cargo de ellos durante el día, tal vez porque trabajaban en algún pequeño terreno, o intentaban ganar algún dinerillo vendiendo por las calles.
Inocencia y verdad
Ella con paciencia y amor los educaba en inglés y en swahili, con canciones, sílabas, palabras, refranes, cuentos ... desde el amanecer hasta el atardecer. Todo ello por 5 euros al mes. Ese día tenían una ocasión especial, y pudieron compartir risas, canciones, animales favoritos ... con un «mzungu» (europeo) recién llegado. No sé, hay momentos en la vida que dices: aquí, en este lugar, hay tanta inocencia, tanta Verdad, tanta lucha por la vida, que esta gente se lo merecería todo...
En la escuela, el día de fin de curso concentró una exhibición de tantas habilidades que los alumnos desarrollan en diferentes talleres: danza, matemáticas, tecnología, arte africano, medio ambiente, naciones unidas... cada uno había preparado salas interactivas donde profesores y estudiantes disfrutamos de un auténtico espectáculo para los sentidos.
El gato de Gertruda
Y finalmente termino con una anécdota que me ha hecho pensar. El sábado fui a encontrar a los niños en la plaza de la iglesia, pero no había nadie. Sólo vino una niña discapacitada, Gertruda, de unos ocho años de edad, risueña y juguetona, siempre llena de polvo, heridas y harapos, sin zapatos. Pensé que podríamos hacer poca cosa, ya que debido a la discapacidad, la mayoría de veces las frases en swahili no tienen ninguna coherencia... en cualquier caso me hace volver loco intentando entender lo que parece no tener ni pies ni cabeza. De vez en cuando me decía que le dolía la barriga y el cuello, tosía, y señalaba el suelo haciendo gestos que se había tragado alguna porquería. Pero de repente volvía a reír.
Le encanta dibujar y esta vez dibujaba contenta, me dijo: «Pato». Yo dije: «¿Cómo? No, mira, un pato es esto ... ». Y con mi torpeza y bastante paternalismo, pensando enseñarle a dibujar, probé de esbozar un pato. Yo insistí: «A ver si me dibujas animales». Y ella iba haciendo una serie de garabatos que se debían parecerse a los cuadros más famosos de los pintores del surrealismo.Hasta que me dijo: «Gato», y me señaló este garabato. Entonces, extrañado, fue cuando pensé en el Principito. Y vi el gato. «¡Es verdad!» Y lo terminé de dibujar, ¡el gato estaba dentro!
Pero ella no parecía prestar ninguna atención a mi gato, como si se tratara de una evidencia. Gertruda (seguramente sin saberlo) me estaba entrenando los sentidos: los adultos necesitamos tener controlados todos los detalles. Para Gertruda, la vida era ligera, inacabada, el futuro llegaba hasta donde querías mirar. No necesitaba saber los horarios de los días, su mundo era el juego y cuatro plásticos polvorientos. Una línea inacabada sobre una hoja de papel, una vida aún por crear. Ese día, el gato de Gertruda me dio esperanza de Adviento: una línea abierta, donde cada uno tiene su lugar para crear."